"BAILAR EL VIENTO"

miércoles, 2 de febrero de 2011

TU MUSICA ATRAVESÓ EL UMBRAL DE MORFEO...




La entrada de hoy, aviso, es un tanto larga y además, por momentos, bastante surrealista. Pero así son los sueños, y en especial los malos sueños. Menos mal que tu voz vino a mi rescate atravesando el umbral de Morfeo...

<<    La bruma se iba por fin disipando. Cada vez era más fácil reconocer lo que tenía delante de mis ojos, primero formas confusas, perfiles, siluetas…más tarde colores, de la gama de los grisáceos, poco a poco, reflectando su verdadera intensidad de azules, rojos y amarillos, combinándose entre sí para acabar distinguiendo a la perfección todo lo que mi campo de visión me mostraba. Y allí aparecí, en medio de la gran avenida, rodeada de enormes y colosales estructuras de cemento con miles y millones de ojitos de cristal, que al despejarse del todo la niebla, comenzaban a reflejar los finos rayos del sol, convirtiendo ese momento en un millón de amaneceres. Por un momento sentí miedo. Que digo miedo, sentí pánico. Todo era real, pero a la vez todo era diferente. Los grandes edificios, la gran avenida, los comercios, las entidades financieras, … todo estaba desierto,.. todo, incluso la bandada de palomas que se posaba sobre el poste del semáforo del cruce de la avenida, a la espera de recoger alguna migaja caída al suelo en la puerta de la cafetería de la esquina. Y yo me frotaba los ojos con las palmas de la mano sin creer lo que veía. Incluso llegué a pellizcarme dos veces en el moflete para demostrarme que no soñaba… y que dolía mucho. Durante un instante no supe reaccionar, necesité unos minutos que se convirtieron en eternidad para poner en orden mi cabeza. Todas las preguntas posibles e imaginables me venían de golpe, bloqueando el flujo adecuado de mis pensamientos, anulando cualquier raciocinio, aumentado la ansiedad por saber, por tener respuestas. Mi corazón se aceleraba y notaba una hiperventilación de mis pulmones, más oxígeno entrando a raudales, más sensación de ahogo. Y volví a desvanecerme. Creo que me caí. O simplemente perdí el conocimiento… pero por unos instantes deje de tener contacto con el mundo y todo era negro, sin sonido alguno. Me acordé de aquellas torturas que, se dice, realizaban a los espías rusos durante la guerra fría. La privación sensorial, la llamaban. Consistía en privar de todos los sentidos (oído, vista, olfato, gusto, tacto) al torturado pero sin hacerle daño… encerrándolo en una habitación oscura, aislada acústicamente, con control de temperatura y humedad, con mecanismos de renovación y filtrado de aire, sin comer, ni beber y sin poder tocar nada ni pisar nada, como suspendido por hilos invisibles. Según decían los torturadores nadie había salido de allí después del décimo día. O al menos nadie cuerdo, porque todos perdían la razón a partir de las 72 horas.
La cuestión es que volví en mí sin saber si me había ido en realidad, ni por cuanto tiempo. Y la imagen era la misma, aunque ahora no había niebla que tapara el panorama. Todo seguía igual, tan desierto. Intenté caminar pero no me respondían los músculos de las piernas y desistí, ante la idea de volver a perder las fuerzas. De nuevo comencé a sentir esa ansiedad, pero esta vez la dominé, respirando, cerrando y abriendo los ojos, como el que quiere cambiar los ángulos de las fotografías. Y entonces ocurrió. Desde muy lejos creí oír un ruido. Algo gutural, algo animal, algo mas bien propio de la copulación de dos ballenas que un ruido de metrópolis, de gente, de movimiento humano. Pero eso fue el punto de inflexión que me volvió a conectar con el mundo. Abrí los ojos tanto como pude, agudice mi sentido del oído y me concentré mientras mi cabeza iba batiendo en ángulo de 180 grados, de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Y nada. Nada extraño. Nada salvo lo que ya había, edificios vacíos, calles desiertas, aire viciado y ausencia total de estar acompañado, de haber algo o alguien en mi misma situación. De nuevo me encontraba confundido, me retumbaba la cabeza, me dolía cada uno de los músculos del cuerpo y sin embargo era incapaz de pensar con claridad.
Otra vez ese ruido. Ahora más claro, más cercano, más humano. Aún no sabía que era, pero no podía pensar en nada más si no quería acabar loca. O quizás ya lo estaba y el ruido era producto de mi locura. Fuera como fuese, era lo único que me preocupaba, lo único que parecía engancharme a permanecer alerta, a despejar mi cabeza. Volví a repasar con la mirada cada puerta, cada ventana, cada esquina, cada recodo de lo que mis ojos veían. Incluso en las sombras que el sol parecía proyectar hacia mí. Sombras que bien miradas parecían cobrar vida y extender sus dedos para tocarme.
Y eso justamente es lo que iba a suceder... las sombras fueron creciendo a mi alrededor, las veía ganar terreno entre las fachadas del edificio, dibujando un futuro aterrador lleno de angustia. Una angustia que supuse sería igual a estar enterrada viva. Me volvía a faltar el aliento, volvía a quedarme inmóbil. Pero de nuevo el ruido sonó con más fuerza. Pero no era un ruido... comencé a distinguir una melodía. Una melodía que despertó mis sentidos. De pronto escuché tu voz, cantando, diciéndome "menos mal". Y menos mal que tu prodigiosa música celestial vino a mi rescate  desde los altavoces del radiodespertador, haciendo que mi cuerpo saliera de ese soporífero y aterrador sueño. Desperté, y lo primero que pensé fue en tí, Manuel... Hasta en mis peores pesadillas, tu sigues siendo lo mejor que tengo. >>

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